Es cierto que estar lejos de casa te cambia. Se viven las cosas con mucha más intensidad. Lo bueno es increíble y lo malo es catastrófico. Y todo junto resulta agotador, porque en un único día paso de ser la chica más feliz del mundo a la más triste decenas de veces.
Me quedo con los momentos buenos. De esos saco instantaneas, para no olvidarme, sobre todo si se acerca una de las malas rachas. Por ejemplo, el niño que no dejaba de girarse en la calle para mirarme mientras su madre lo empujaba de la mano con impaciencia para que apurara el paso. O el chico que posó para mí en el parque porque quería que le sacara una foto. O la mujer que da de comer a las palomas en el parque. O... (y esta no os la esperais) el chico que me dijo que me defiendo muy bien en inglés... Y el guardia de seguridad con el que hablé en ese inglés tan defendible y que no me quiso cobrar las fotocopias que saqué a la una de la mañana :P
Me gusta cuando el mundo pega una sacudida, junta en una ciudad a gente muy diferente y hace que, justamente, sean esas diferencias las que las unan. Ahora somos "la familia", y si alguien trata de despertarme para pedirme algo prestado pues se lo impiden, y se indignan y contestan mal, porque eso no se hace y a mí no se me despierta. Y esas cosas me derriten, porque cuando estoy durmiendo hay alguien ahí afuera que se preocupa por mí.
Y vendrán momentos malos. Muy malos. Y buenos. Muy buenos. Geniales. Y el mundo seguirá como siempre, un poco loco, sin demasiado sentido, girando sobre sí mismo al son de su propia música...
bailamos?
